Esta jornada
electoral me ha dejado, a mí como a muchos con el hígado en la mano, triste,
confundida, como entre sombras.
Sobra hacer una
recapitulación de lo que todos hemos leído, visto y escuchado en los medios y
en las redes sociales, que contribuyan
al estado de descomposición tan delicado que vivimos hoy.
Es muy doloroso ver a
un país divido, y sinceramente en este momento no veo las condiciones para
empezar nuestra reconstrucción.
Tendremos que esperar
unos días, tal vez semanas, para ver
como se acomodan los actores políticos y seguir muy de cerca las reacciones de
la sociedad civil.
Cuando veo las
confrontaciones entre unos y otros me lleva de nueva cuenta a pensar en que a
esta generación (o a varias) nos trago el sistema. Y no solo culpo a la clase
política o los “señores del dinero”, todos tenemos lo que hemos construido, queriendo o no hemos sido parte, el silencio y la
omisión también son cómplices.
La corrupción está
impregnada en nuestra piel, en todos los niveles, sin importar el color del partido,
sin importar la ideología, el nivel socioeconómico o académico.
Mi esperanza
Ante esta desilusión,
sigo creyendo firmemente en que la esperanza de ver un México limpio, honesto,
digno, leal, orgulloso, seguro, radica en nuestros niños.
Puede parecer muy
trillado, o muy soñador, conformista para algunos, o tal vez como un acto de
escapar a la realidad del día que vivimos.
Pero por ahora no veo
otra salida. Tenemos la obligación de formar nuevas generaciones limpias de los
lastres que arrastramos por décadas.
Ni la madurez de una
sociedad, ni la democracia, se forman en
6 ni en 12 años, ni con un con un “cambio” de partido en el poder, ya lo
estamos palpando. Se necesita trabajar por ese objetivo común desde la casa,
desde ahora y desde abajo.
Y ese es el trabajo
más pesado, puesto que hay que sacrificar mucho, para poder formar niños revolucionarios en toda la extensión de
la palabra, que tengan los valores cívicos bien puestos, introducir la semilla
de la honestidad, de la lealtad a la Patria, para evitar que sean corrompidos
por el dinero y el poder.
Formar generaciones
con amplio criterio que no se dejen manipular por el mejor postor, que no
necesitemos decirles que apaguen la
tele, para tener una visión de país.
Niños que amen el
arte y la lectura, que amen a su país, que amen la legalidad y la justicia.
Participar en
política no debería nunca limitarse a los tiempos electorales, los que
verdaderamente estamos preocupados por lo que nos pasa, debemos trabajar
diario, con o sin elecciones, en esta labor no hay tregua, no hay vedas.
Ya lo dije una vez,
“la revolución se mama en casa” y es hora de formar revolucionarios, que salgan
a la calle y pongan a México en orden.
¿Quién se apunta?
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